GIF animado (77536) Cessna skycatcherExisten distintas razones para migrar, muchos partimos con ilusión o con el sueño de encontrar en esos lugares lejanos ese “paraíso” donde se puede alcanzar lo que tanto se busca: paz, amor, trabajo, estabilidad o algo que aún no se tiene, se proyectan en un lugar fantasías de encontrar lo que hace falta. En ocasiones, no se considera el duelo que será necesario hacer, la crisis que vendrá por la confrontación cultural o la transformación física y psíquica por la que se deberá atravesar.

 

Loizate (2009) menciona que algo que viene adherido es el duelo por la migración, el cual consiste en un duelo múltiple asociado a varias pérdidas. Se pierde por ejemplo la convivencia con la familia y amigos, transformándose en una llamada para actualizarse o saber que ha pasado en cierto aspecto. Duelo por el idioma con el que crecimos, que generaba la posibilidad de contacto con el otro, pero ahora ese vínculo se limita, lo que
reduce el circulo de amistad. La cultura, las costumbres, los valores propios, las creencias, los paisajes, lo que nos parecía familiar y daba calor de hogar se transforma. Aunque uno regrese a su patria lo vivido en aquellos años ya no genera el mismo sentimiento de pertenencia: el paisaje parece que cambió, se torna extraño, pero quizás lo que ha cambiado es uno mismo.

 

En ocasiones el duelo más complejo es por la pérdida de lo que yo era en mi país de origen. Ser diferentes es inevitable, la crisis generada por la migración genera transformación interna pudiéndose vivir en un primer momento con dolor, enojo, frustración y tristeza. Estos sentimientos pueden ser consecuencia de la pérdida de identidad, lo que nos hace sentirnos inseguros e insuficientes. Los miedos pueden aflorar, ya que uno puede no reconocerse de la misma manera en el nuevo lugar.

 

Muchas vivencias y procesos relacionados con la migración, tienen lugar de forma inconsciente. Todo aquello que no se alcanza a pensar y que no se puede poner en palabras podrá ser fuente de dolor y malestar. Imaginemos algo tan simple como la adaptación al clima, si bien podemos darnos cuenta de que nos gustan o nos disgustan los inviernos blancos, fríos y largos, lo que permanece inconsciente es el esfuerzo que hace el cuerpo para poder sobre llevar la falta de luz solar, el ajuste en la altura donde se vive o la densidad del aire que se respira. Como resultado, el cabello se adelgaza, se torna quebradizo y opaco, la piel y las uñas son más sensibles, los procesos digestivos pueden ser más complicados, hay letargo y cansancio sin razón aparente. Como éste existen otros procesos físicos similares de los cuales sólo una pequeña parte es posible notar en el efecto que tienen en lo cotidiano. La mayor parte permanece inconsciente, no lo pensamos ni nos damos cuenta de que estos procesos necesarios en la adaptación pueden ser causantes de malestar.

Son aún más complicados y complejos los elementos inconscientes psíquicos, esos que no son tangibles, que no están en el cuerpo. Por ejemplo, aprender un nuevo idioma o adaptarnos a una nueva cultura, nos podría situar en un lugar incómodo, nos expone. Sabemos conscientemente que puede ser complicado aprender cosas nuevas, pero lo que suele permanecer inconsciente es lo que implica. Esta situación tal vez llegue a generar sentimientos de inseguridad en el actuar, ya que puede despertar momentos de la infancia en los que atravesamos dificultades similares, lo cual puede afectar nuestra
respuesta en la actualidad. Si tenemos suerte, esas experiencias en el pasado formaron aprendizajes significativos y satisfactorios; de lo contrario podremos sentir angustia, ansiedad o miedo, sin saber exactamente: ¿a qué?, ¿por qué? o ¿para qué?

 

Gran parte de los recuerdos y las emociones se encuentran en el inconsciente. Esto puede provocar que no comprendamos del todo el por qué actuamos de determinada manera. Ese no saber, el no entender como uno se siente es lo que contribuye a darnos cuenta que existen elementos inconscientes que causan malestar. Hay algo que trata de hacerse consciente pero no encontramos las palabras para describirlo. Es por eso que detenernos a pensar y a sentir puede abrir un camino a la consciencia y reducir el malestar.

 

 

Escuchando desde fueraEn la metapsicología freudiana (Freud, 2001) , se establecen tres niveles de consciencia #:

1.- El consciente (cc) es lo que se conoce del mundo externo y los elementos internos que puede evocar la memoria con facilidad. Esta instancia psíquica guía actos, palabras y emociones, pudiéndose expresar desde el conocimiento. Se trata de los recuerdos, los pensamientos y el lenguaje.

# Freud estudia y establece entre 1873 y 1920 la primera tópica del aparato psíquico, si bien, la profundidad de los tres niveles de consciencia es mucho más compleja y se desarrolla a lo largo de toda la obra, profundizar en ello no es nuestra prioridad, sólo cumple con la función explicativa en el texto.

2.- El preconsciente (precc) es la instancia psíquica media, es una barrera de tránsito entre lo consciente y lo inconsciente. En esta dimensión se encuentra la información nueva que está siendo procesada para convertirse en recuerdo consciente o en material inconsciente. También trabaja en viceversa: evalúa la información que viene desde el inconsciente y desea expresarse a través del consciente.

3.- El inconsciente (incc) incorpora todas las experiencias, imágenes, sonidos, olores, sensaciones, emociones, información nueva y anterior inconsciente que las personas adquirimos durante nuestra vida. Son elementos que no conocemos y no nos damos cuenta de que existen. Es en este lugar, donde se estructura sustancialmente la personalidad del ser humano y de donde parten la mayoría de las decisiones.

 

Para sentirnos en bienestar, es vital que nuestro sistema psíquico no perciba como ajenos los elementos del entorno. Es importante apropiarnos de espacios para que lo nuevo poco a poco se convierta en parte de nuestra personalidad, porque una de las funciones del aparato psíquico es generar elementos conscientes a partir de impresiones sensoriales que el sujeto vivencia, tanto internos como externos. A internos nos referimos a emociones y externos a lo que percibimos con los sentidos. Si estos elementos permanecen inconscientes, nuestro sistema siempre estará trabajando a marchas forzadas para eliminarlos, puesto que son “entes extraños” al propio sistema y son percibidos como amenaza.

 

Es por ello que en ocasiones dejamos de hacer cosas, hablamos lo mínimo indispensable el nuevo idioma, convivimos solo con nuestros compatriotas, visitamos siempre los mismos lugares; es decir, permanecemos en un ambiente donde nos sentimos seguros. Ya que vivir en un lugar nuevo no se trata solamente de integrarse a las normas, a las leyes y a los usos y costumbres, es importante ser conscientes de la transformación interna en el proceso de adaptación.

 

Existe una diferencia entre integración y adaptación. Así como en las recetas de cocina cuando se van incorporando ingrediente por ingrediente a la mezcla ya establecida, en el proceso de integración, la acción del migrante será tomar los elementos del entorno y aprenderlos, tratando de no modificarles la esencia, para que los ciudadanos no se sientan amenazados por el cambio en su cultura o estilo de vida. Es posible integrarse a
la vida en un nuevo país sin adaptarse. Es decir, se tiene trabajo, se habla el idioma, se conocen las costumbres y se respeta la ley, pero no existe el sentido de pertenencia, se siente como sí uno fuera ajeno, como si uno no perteneciera.

 

La adaptación por su parte modifica el entorno durante el proceso de transformarse a sí mismo, aporta a la sociedad un poco de esa parte nuestra que no podemos ocultar. Se incorporan los elementos del entorno, se modifican para nuestro bienestar y los convertimos en propios. Por ejemplo, el nuevo idioma se habla acorde a nuestra personalidad, se buscan espacios de interacción que causen bienestar, se siente satisfacción con el trabajo que se desempeña, aportando parte de nosotros en el trabajo o la comunidad.

 

Ser migrante no tiene que ser siempre doloroso. Tenemos la posibilidad de reducir la brecha de dolor en la adaptación si somos capaces de hablar sobre nuestra vivencia de migración. También al tener más clara la tormenta de sentimientos que se presentan al recordar nuestro país y reconocer las bondades que existen en el nuevo lugar de residencia. Haciendo conscientes los elementos inconscientes de la adaptación, la sensación de malestar se reduce. Sin malestar habrá cabida para ser agradecidos por lo que sí se tiene, podremos ver con más claridad los beneficios que tiene nuestra nueva vida, como maravillarnos de los nuevos paisajes y el probar una gastronomía diferente. La adaptación consciente implica acoger los sentimientos sean agradables o desagradables, así como ver en la crisis una oportunidad de transformación para el bienestar.

 

Texto escrito por Mayra Gómez, psicóloga y voluntaria del Teléfono de la Esperanza Suiza

 

 

Entrevista con Mayra Gómez a través de la cuenta de Instagram en el Teléfono de la Esperanza (13.09.2022)
Bibliografía:

Loizate, J. A. (2009). Migración y salud mental. El síndrome del inmigrante con estrés crónico y múltiple. Zerbitzuan: Gizarte zerbitzuetarako aldizkaria. Revista de servicios sociales(49), 163-171. Freud, S. (2001). Obras completas; El yo y el ello (Vol. XIX). Buenos Aires: Amorrortu.

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